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Lisboa, por el fin de semana.

  • Andrea Chuquilla.
  • 29 sept 2016
  • 2 Min. de lectura

Un día de febrero, salimos desde Atocha acompañadas por una noche fría. Con dirección a Lisboa. Llevamos mucha ropa de invierno. Sin saber, que un par de horas después estaríamos a gustito bajo un brillante sol portugués. Llegamos a la estación “Santa Apolónia” al mirar el lugar, no teníamos idea hacia dónde debíamos ir. Con un poco de portugués, que había aprendido en los enrollos de amores pasados. Pudimos llegar a la casa que habíamos rentado. Al no saber sobre el cambio horario. Pensábamos que estábamos esperando. Cuando al preguntar a un señor. Nos sonrió diciendo: <<Oito da manhã>>. Al mirar nuestro reloj, entendimos era una hora menos con relación a Madrid. Así que decidimos buscar un restaurante para el desayuno. Encontramos una pequeña cafetería, se podía sentir a lo lejos el olor del pan recién hecho. Un regalo que debió haber venido del mismísimo cielo "Pão de Deus" junto con un café. Fue la mejor bienvenida que esta ciudad podía habernos dado. Seguimos nuestra travesía.

Eramos un grupo tan lleno de contrastes, que si nos hubieran visto por separado. No se hubieran imaginado; que juntas funcionábamos, tan bien. Una de nosotras, llevaba la batuta de las direcciones. Nadie se ubicaba tan bien como ella. Nos internamos en la ciudad como propias. Nos encontramos con lugares que te quitaban el aliento. Uno de ellos "Boca do Inferno" que según nos contaban, era la entrada al inframundo. Con un poco de temor nos acercamos aquel acantilado, tan imponente que rugía con fervor. Llamando a quienes fueran valientes de verlo cerca. No estaba tan distante del centro de la ciudad, quizás unos veinte (20) minutos andando. Pero, claro no tuvimos la misma suerte en nuestra búsqueda de Cristo Rei. La gente se asombraba cuando pedíamos instrucciones para ir. Nos miraban sorprendidos. Más de uno, nos dijo:<<meninas devem ir de táxi, ônibus ou bicicleta>>. Nosotras parecíamos no escuchar, seguíamos maravilladas de caminar por aquellas calles tan llenas de magia. Que, los cuarenta (40) minutos de recorrido se volvieron un abrir y cerrar de ojos. Al llegar notamos, la gran estructura del Cristo Rei. Es imponente. Tiene una vista de toda la ciudad. Si aún no te enamorabas de Lisboa, es aquí cuando suspiras.

Volvimos al centro de la ciudad. Cuando, Una de mis amigas dijo <<escuchen, que bella música>> guiadas por el sonido. Llegamos al Fado. Solo escuchar las historias cantadas con un porto, nos dejo valiosas lecciones la vida es simple: ama bien, vive bien, y sé feliz. Eso si, no bebas un té en un Fado. A menos que te quieras llevar una sorpresa en la cuenta. De esas sorpresas costosas. Disfruta, de la música, la gente y si te atreves canta con ellos. todos tenemos una historia por contar.

Sin querer marcharnos, tuvimos que partir. Pero, vivimos con intensidad la mística ciudad de Lisboa.


 
 
 

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